El Verano ya llega a su fin, y con él la campaña #EmpiezaAQuererte. Algunos de vosotros puede que no hayáis entendido demasiado la campaña, ya que mientras transcurría el mes de agosto, me he dado cuenta que a quien iba dirigida esta campaña era a mi yo de 17 años. Una chica feliz, pero llena de complejos. Complejos que no le dejaban disfrutar plenamente del día a día en la piscina, playa o cuando se tenía que poner el bikini. Todo porqué no se sentía a gusto con su cuerpo, que estaba cambiando y tenía vergüenza de mostrarlo al mundo. Mi yo de 17 años se comparaba con otras chicas cercanas, modelos de revista y chicas que cumplían los prototipos de belleza, y quería ser como ellas.

Se decía a si misma “quiero ser como ella. Quiero tener su cuerpo. Quiero.. Quiero..” ¿Y lo que de verdad era ella? ¡Ni se daba cuenta! Entonces empezó a obsesionarse por adelgazar, por querer tener el “cuerpo 10”, las piernas perfectas y todo lo que ella no era. Empezó a preocuparse por la comida, por contar calorías, por tenerle miedo a ciertos alimentos que ella pensaba que engordaban y, fue entonces, cuando la comida pasó a ser su peor enemigo.

A los 18 años la obsesión por adelgazar se hizo tan grande que la ansiedad se apoderó de ella, y empezaron los problemas de trastorno de conducta alimentario, conocidos como TCA, los cuales ahora mismo no detallaré (es otro capítulo). La mezcla de una baja autoestima y la ansiedad por conseguir ser alguien que no era, la absorbieron. Empezó a ser demasiado exigente consigo misma, a hacer dietas de cualquier tipo y a consumir ciertos alimentos a toneladas, todo para desviarse de esa realidad que no podía afrontar.

Fue un año con muchos altibajos. A mediados de los 19 se calmó la cosa: hizo dietas y se adelgazó, pero el mayor problema era que seguía sin gustarse a si misma. No se aceptaba, la ansiedad volvía a ella y al no saber alimentarse de la manera que más le convenía, el caos volvía a aparecer. Fueron cuatro años como si estuviera en una montaña rusa, con subidas y bajadas de humor e irritabilidad, con épocas estables, pero después con recaídas. Hizo varias tonterías con la comida, no con todo tipo de comida, sino sólo con ciertos alimentos que para ella eran adictivos….

Hasta que a mediados de los 21 tubo claro que no podía seguir así, no estaba bien ni consigo misma ni con su alrededor, y fue entonces cuando fue a la raíz del problema. Se dio cuenta que su baja autoestima mezclada con recurrir a ciertos alimentos para afrontar la ansiedad, empeoraba más la situación y no hacían más que aumentar esa sensación de vacío que quería llenar.

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Empezó por la comida: hizo desaparecer todos aquellos alimentos adictivos para ella que le provocaban tal ansiedad que no podía dejar de comer - los cuales tenía claro que algún día volvería a reintroducir pero que, por ahora, era el momento de tenerlos bien lejos. También empezó a interesarse por la “alimentación saludable”. No como una dieta, ni un régimen, ni nada por el estilo. Simplemente una alimentación respetuosa con su organismo, que le hiciera sentir bien, sin ansiedades ni preocupaciones por contar calorías o por si su físico cambiara. Concretamente, no fue otra cosa que llenar de color cada plato, descubrir nuevos alimentos que siempre habían estado, e ir dejando los alimentos “procesados/refinados” como más lejos mejor.