Yo siempre fui una niña loca, campechana y sin miramientos por nada. Hasta que llegué a la adolescencia, y lo rápido pero light era lo más TOP.

Empecé a rechazar las comidas de mi madre, porque los cocidos…¡no me ayudaban a respetar la línea! Tenia un poco de desbarajuste en mi cabeza porque no sabia qué comer, ni cuando, ni cómo combinar los alimentos, ni conocía la mitad de ellos.

A parte estaba el tema de mi paladar, mi paladar sibarita. Tengo la suerte o la desgracia de querer/necesitar saborear cada bocado y disfrutar de él como si fuera el último, como si la fiesta no estuviera en la simple alimentación, sino una fiesta de la comida bailando al son del olfato, el gusto y el placer de las mezclas.

A todo esto, un día decidí apuntarme a la escuela oficial de idiomas, y después del primer día pensé que iba a ser algo aburrido porque no parecía haber nadie con quién me fuera a llevar bien. Pero de repente, un día, volviendo a casa en mi moto, ví por el retrovisor una chica que me seguía… también en su moto…y no paraba de seguirme ¡No entendía nada! Hasta que me paré en un semáforo y ella se paró a mi lado. Resultó ser Mireia, una ,hasta entonces desconocida, vecina mía que también asistía a la misma clase que yo.

Nos empezamos a conocer hasta llegar a ser realmente buenas amigas, y mientras tanto ella me contaba pinceladas del estilo de vida alimentario que estaba empezando a llevar y lo bien que le sentaba.

A mí me fascinó porque me abrió un mundo de nuevas posibilidades y un mundo súúúúper extenso de nuevas combinaciones y nuevas recetas. ¡Así fue como descubrí mi pasión por la cocina!